Desde el inmenso ardor del tiempo,
desde la inùtil resistencia del viento
decido simplemente caer, y para siempre.
Decido solamente arder haste que me encuentres.
Y si es posible mentir, y hacer que cierres los ojos
únicamente te voy a ver, hasta que desaparezca tu enojo.
Cuando camines sin mirarme, sobre partes de estas ruinas
que siempre fueron frìas, rotas, negras y sin vida
vas a reír casi con furia, al no saber a quien seguir,
y como siempre seré yo, quien escuche tu voz
acercándose de a poco, desnudándose en mi piel
repitiendo para siempre, dulces notas de placer.
Pero nunca lograremos, viajar sobre estrellas hasta el fin
si el mundo nos despierta, y nos obliga sin dudar
a encontrarnos frente a frente, con espejos azulados
que se esfuerzan soltando gastados reflejos
pero nunca te darán ríos que fluyan entre tu pecho,
y que si se avecina el desastre,
te traigan a mi lecho.
Cuando lo sientas necesario
cuando te asuste algún extraño
cuando sufras por otras manos
tal vez puedas entender
por qué prefiero caer,
sumergirme solo en mis recuerdos,
ser tan hondo como el cielo sin estrellas
que es buscado por un fiel halo de verdad,
porque a veces tanta luz nos ciega
y ciertas oscuridades nos condenan
nos gritan
y nos pegan.
Cuando sean más que un sueño,
esas dulces cosas que añoramos
el misterio tal vez nos deje de lado
y podamos ver todo más claro
para así finalmente sumergirnos,
solos,
dos luces,
perdidas en un inmenso faro
que jamás tendrá fin.
Emanuel G., Instituto Rosario Vera Peñaloza
No hay comentarios:
Publicar un comentario